lunes, 14 de mayo de 2012

Iruña


Ayer al salir al balconcito a fumar un pitillo por caer la tarde como hago a diario, el aire frío me olía a Pamplona. Me sonreí y me fijé que precisamente el cielo en ese momento era como allí, con nubes grises dispersas que preceden la noche. Al frente el lucero del alba, redondo y brillante. Me acordé mucho de ti, y me parecía que en cualquier momento vendrías por detrás rodeándome con tus brazos para quitarme el frio y apoyando tu barbilla sobre mi hombro dirías: “fíjate, estás en el balcón más bonito. Mira los acebos, mira el perejil, ninguno tiene las plantas tan cuidadas”. Pero de repente fue abrir los ojos y ver mi terracita cerrada, toda ella cubierta por una fina capa de polvo y al fondo el esqueleto desnudo del tendedero. Giré el cuello buscando encontrar a alguien pero sólo vi de lejos el salón oscuro. Al final sólo el humo de mi cigarrillo, sólo el aire frío y las nueves grises eran Iruña.

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